En el ámbito de la enseñanza-aprendizaje del español como segunda lengua a estudiantes adultos inmigrantes, la didáctica de las habilidades de lectoescritura ocupa un lugar principal. Saber leer y escribir comporta beneficios fundamentales para el alumnado, no solo desde una dimensión académica (leer para aprender). En un mundo cada vez más tecnológico, leer y disponer de una buena competencia lectora facilita la integración y el crecimiento tanto social como profesional de las personas adultas.
La adquisición de fluidez lectora es un indicador clave de la competencia lectora. Así, las pruebas para medir la lectura fluida son necesarias porque resultan idóneas para detectar perfiles lectores e identificar aquellas posibles dificultades por las que atraviesa el alumnado durante el proceso de aprendizaje (alumnos que leen sílaba a sílaba, alumnos que leen palabras por palabras, alumnos que leen frases, alumnos que dotan a la lectura de un ritmo y de una melodía adecuados, etc.). En este sentido, conviene mencionar que la fluidez lectora no es un asunto de todo o nada (lector fluyente / lector disfluyente) sino un concepto cuya adquisición se explica de manera gradual como fruto del desarrollo madurativo que va experimentando el lector a lo largo de la vida. De hecho, la fluidez lectora de los jóvenes adultos formados y que acceden a la universidad continúa evolucionando en términos de eficiencia lectora.
Aunque los perfiles de estudiantes adultos inmigrantes pueden ser muy diversos, en el ámbito educativo se espera que el alumnado alcance un nivel de lectura suficiente para facilitar el desarrollo de su autonomía. Los programas dirigidos a la formación del nuevo lector (neolector), es decir, las programaciones que tienen por objetivo la formación de personas alfabetizadas en edad adulta y en una segunda lengua, incluyen contenidos básicos con los que facilitar la adquisición de habilidades pre-lectoras como la relación que mantiene el código visual (letras-palabras) con el código sonoro (sonidos y sonorización del texto escrito).
La lectura es, precisamente, una actividad cognitiva compleja porque supone la puesta en marcha de dos rutas: la visual y la fonológica. No leemos solo con la vista, sino que leemos también con los oídos. Los sistemas ortográficos a través de los cuáles somos (o no) capaces de leer mantienen una relación parasitaria o de dependencia con la oralidad del lenguaje. Los signos escritos solo representan parcialmente la lengua oral. Así lo reclamaba Unamuno en 1931 en su elogio de la palabra hablada, al sostener que se debería aprender a leer con los oídos y no con los ojos.
Medir la fluidez lectora del estudiante adulto inmigrante va a requerir de su nivel de competencia oral en L2. Y esto comporta variables como la influencia de su lengua materna u otras lenguas adicionales. En este sentido, aunque tradicionalmente la medición de la lectura fluida se ha centrado en variables como el reconocimiento correcto de palabras a una velocidad adecuada, el correcto nombramiento de las palabras que aparecen por escrito así como la velocidad de nombramiento no son suficientes para explicar ni desarrollar la lectura fluida. La lectura competente es también devolver al texto aquellas marcas de sonoridad, como son la melodía y el ritmo, que dotan al mensaje de naturalidad comunican significado e indican, en definitiva, nuestra capacidad de comunicarnos con eficacia.
Para más información, recomendamos la lectura del siguiente artículo:
Foncubierta, J.M. (2022). Medir la fluidez lectora oral en adultos inmigrantes o refugiados que aprenden español como L2: dificultades y retos, Revista Nebrija de Lingüística Aplicada a la Enseñanza de Lenguas (RNAEL)Vol. 16 Núm. 33.
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