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Esta sorprendente afirmación realizada por uno de mis estudiantes en la universidad, llamémosle Brian, en una actividad habitual como es la de tratar de fijar una serie de objetivos para el curso, me dejó absolutamente desconcertado. ¿Qué querrá decir con eso de “ser nativo”? ¿De dónde habrá sacado esa idea tan extendida como imprecisa?

Lo primero que se le puede venir a uno a la cabeza, gracias a la extensa tradición de la enseñanza de lenguas basada exclusivamente en la corrección gramatical, sería eso de la búsqueda de una mejora de su competencia lingüística a todos los niveles. Pero no. Indagando un poco más, conseguí llegar al germen que había provocado tal afirmación. El estudiante en cuestión, durante su estancia en Madrid previa al inicio del curso, se había enfrentado a numerosas situaciones que podrían calificarse como incómodas, ofensivas o, simplemente, extrañas para él. Nada nuevo para cualquiera de nosotros. Su repertorio comenzaba nada más tocar tierra y subirse al metro. Contacto físico e incluso leves empujones no reparados mediante una disculpa.

Siguió con su particular experiencia de choque al llegar al piso que iba a compartir con otros compañeros y compañeras durante los siguientes meses. Más contacto físico, estrechamiento de manos e incluso besos. ¡Dos besos! La tensión corporal del momento podía verse reflejada en su narración de lo sucedido.

Bien, pasado el mal trago, los compañeros le invitan a salir con ellos, como buenos anfitriones (esto lo digo yo, no él).

–“Venga, deja las cosas y ven con nosotros a tomar una cañita, que tienes que estar seco.”–le dijo uno de sus compañeros.

Y, claro, Brian pensó que su estancia podía convertirse en una especie de academia militar en la que los mandatos iban a ser frecuentes a juzgar por el recibimiento obtenido.

Así que un día, cansado de no comprender ciertos comportamientos verbales y no verbales, Brian se decidió a preguntar:

–Perdona, ¿por qué sois tan rudos (nótese el calco) conmigo?

–¿Rudos? –se sorprendió uno de sus compañeros.

–Sí. Desde hace días me dais toda clase de órdenes. No hay ni por favor ni gracias. Me interrumpís al hablar. Y, cuando trato de ser gracioso y hago un chiste, me insultáis diciéndome: «Qué cabrón, qué gracioso es».

–Oh, Brian, para nada. Si fueras nativo lo entenderías.

Y de ahí el objetivo de mi estudiante en su primer día de clase.

Pero claro, al parecer nada de esto aparecía en su libro de texto, y si aparecía, no se le había dado importancia porque lo que entraba en el examen eran ejercicios para completar con las formas verbales o palabras correspondientes, y una redacción. Pero ese momento en el que lo estaba experimentando en primera persona hacía que el foco de atención se desplazase del código al uso.

Esta brevísima historia, en la que muchos nos podríamos sentir reconocidos, no deja de ser sorprendente por lo que implica de dejadez a la hora de enfocar el aprendizaje de una lengua desde una perspectiva social.

Resulta que el estudiante ha de ser considerado como un agente social (Consejo de Europa, 2002, p. 9), y que sin interacción no hay manera de aprender una lengua, pero la realidad es que en su caso (y otros muchos), lo que se perseguía era que fuera un productor de oraciones gramaticalmente correctas. Como si de una máquina se tratase. O lo que es peor, de uno de esos hablantes ideales que ni siquiera nosotros somos.

Para entender la dimensión social de la lengua es imprescindible prestar atención al concepto de imagen planteado por Goffman en 1967 y desarrollado posteriormente por numerosos autores, entre los que destacan Brown y Levinson y su teoría sobre la cortesía en 1978. Si bien, siendo esta la más conocida, ha recibido innumerables críticas y matizaciones posteriores, a pesar de lo cual el propio MCER sigue manteniendo gran parte de esa teoría y sus distinciones entre cortesía positiva y negativa (Consejo de Europa, 2002, pp. 116-117). Según Goffman (1967, p. 5), la imagen social (face) es «el valor social positivo que una persona efectivamente reclama para sí misma a través del guion que otros asumen que ha representado durante un contacto determinado. Es una imagen de sí mismo, delineada en términos de atributos socialmente aprobados». Y toda interacción está impregnada de actividades de imagen (face work). Esta imagen, según Bravo y Briz (2004), podría explicarse de una forma más adecuada a partir de dos categorías vacías y no contrapuestas que cada contexto sociocultural se encarga de rellenar como son las de afiliación y autonomía. Así, en la sociedad española la autonomía estaría relacionada con la necesidad de destacar de algún modo sobre el resto del grupo. De modo que la autoestima, la auto-afirmación y sentirse orgulloso de las cualidades propias serían las características más destacables. Mientras que la afiliación se vincularía con la necesidad de identificación con el grupo, la sensación de pertenencia, cuyos términos claves podrían ser la confianza, la solidaridad, la consideración o el afecto. Características todas ellas, tanto las de autonomía como las de afiliación, coincidentes en gran medida con las de otras culturas del ámbito hispánico como la argentina, pero muy lejanas de la alemana, donde la afiliación, por ejemplo, se caracterizaría por la privacidad basada en la separación de los ámbitos privados y públicos. Y esto, lógicamente, se puede manifiestar en español a través del uso de la lengua de una determinada forma, como las peticiones no atenuadas, el empleo del imperativo, la ausencia de por favor y gracias en muchos casos o el empleo de aparentes insultos como forma de acercamiento y confianza; así como de otras pautas no lingüísticas, como el estrechamiento de los espacios interpersonales para tratar de generar espacios comunes con el otro o los solapamientos en el turno de palabra como muestra de colaboración e interés.

¡Cuántos disgustos se habría ahorrado nuestro querido Brian de haber sabido esto! Pues no se hable más. Como parte de su aprendizaje social, se les propuso a todos los estudiantes un proyecto de observación de los comportamientos de aquellos que les rodeaban. Sin marcos teóricos ni instrucciones. Trabajo de campo compatible con su vida cotidiana para traer sus vivencias e inquietudes al aula y trabajar en la mejora de su competencia comunicativa. Y así llegaron a crear UPCOele, una pequeña revista multimodal en la que volcar toda su experiencia durante su estancia en España.

Referencias:

Consejo de Europa (2001). Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas: aprendizaje, enseñanza, evaluación. Madrid: Instituto Cervantes – Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Disponible en: http://cvc.cervantes.es/obref/marco

Bravo, D. y A. Briz (eds.) (2004) Pragmática sociocultural. Estudios sobre el discurso de cortesía en español. Barcelona: Ariel.

Goffman, E. (1967). Interaction Ritual. Nueva York: Doubleday Anchor Books.

Funte de la imagen: Pixabay

Filóloga y profesora de idiomas desde hace más de 20 años. Su experiencia docente gira en torno a la enseñanza del alemán y del español. Durante los ocho años de estancia en Alemania, ha impartido cursos de Español como Lengua Extranjera en diferentes instituciones, entre ellas en la Universidad de Erlangen, colaborando con el ‘Proyecto de Aprendizaje Autónomo’. Ha sido Directora de la Escuela Superior de Turismo de Huelva y Coordinadora del Área de Español como Lengua Extranjera en el Servicio de Lenguas Modernas de la Universidad de Huelva.