Si tuviéramos que señalar un único documento que ha marcado significativamente el desarrollo de la práctica diaria de infinidad de docentes de idiomas durante los últimos quince años en Europa, ese sería sin duda el Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas (MCER) publicado en 2001.
Como es sabido, el Marco contiene una rica infraestructura de escalas descriptoras para diferentes tipos de discurso, cada una con sus propias convenciones y reglas sociopragmáticas. Esencialmente, el MCER adopta el enfoque de enseñanza de idiomas para fines específicos a la enseñanza general de lenguas, pero no es instrumentalista en su visión; de hecho, tanto sus categorías como el énfasis que da al aspecto colaborativo de la comunicación se inspiran en las investigaciones sobre interacción en pequeños grupos, realizadas en los años 80 en el Reino Unido por Douglas Barnes, que aúnan aspectos lingüísticos y aspectos educativos.
No obstante, la principal novedad introducida por el MCER fue sustituir el modelo de cuatro destrezas (escucha, lectura, escritura y habla) propuesto en 1961 por Robert Lado, atendiendo las críticas de lingüistas aplicados como Candlin, Brumfit o Alderson, quienes recomendaban eliminar la división del aprendizaje en tareas de producción y recepción en el habla y la escritura por tratarse de una categorización artificial y poco realista. El MCER distingue, en su lugar, cuatro modos de comunicación: recepción, interacción, producción y mediación. Es decir, el Marco se aleja del enfoque tradicional en la enseñanza-aprendizaje de lenguas para adoptar un enfoque basado en la co-construcción de significado.
A pesar de la popularidad de la que goza el MCER en el ámbito de la enseñanza de las lenguas extranjeras, y aunque la mayoría de docentes de idiomas maneja con solvencia su terminología (organizando sus clases en torno a las competencias allí descritas y aplicando cotidianamente los descriptores de sus niveles de referencia para la evaluación de los aprendizajes de su alumnado), los currículos de idiomas siguen teniendo un carácter fundamentalmente lingüístico. Así, Brian North, coautor del Marco, señala que “el hecho es que todavía la mayoría de los profesores de idiomas están utilizando el modelo de 1961 de 4 habilidades y 3 elementos (gramática, vocabulario y pronunciación). El MCER, sin embargo, además de la competencia lingüística, añade competencia sociolingüística y pragmática (decir lo que se quiere decir y producir significado en el contexto). El Marco es el primer documento de referencia que realmente elimina las 4 habilidades y las reemplaza con algo más realista, con la idea del lenguaje como actividad colaborativa. Ésta ha sido su mayor aportación”.
Efectivamente, en el MCER se define la mediación como la actividad del lenguaje consistente en reformular, de manera oral o escrita, un texto con el propósito de posibilitar la comprensión mutua de otras personas. La mediación, como la propia palabra sugiere, implica que el hablante está “en el medio”. No le concierne su propia expresión lingüística, sino que su papel consiste en crear el espacio y las condiciones adecuadas que permitan la comunicación o el aprendizaje, colaborando con sus interlocutores para construir significados.
La función del hablante como mediador abarca, por tanto, animar a otros a construir significado, transmitir información, explicar cosas a otras personas cuando no las entienden, simplificar algo que es demasiado denso, resumir algo que es demasiado extenso y adaptar su lenguaje en el proceso. La mediación puede ser social, cultural, pedagógica, lingüística o profesional. Pero sea cual sea la forma que adopte, implica tender puentes para superar algún tipo de brecha o división. Por tanto, el mediador le resume o le parafrasea un texto a otro usuario de la lengua, que no comprende el mensaje debido a factores como el registro de lengua o la jerga del texto original.
En su primera redacción, el MCER describe las actividades y estrategias de mediación en su apartado 4.4., pero no recoge descriptores que permitan cuantificar los niveles competenciales de cada usuario.
Precisamente, la mediación protagoniza uno de los mayores cambios propuestos en la versión revisada del MCER, cuya publicación está prevista para finales de 2017. Esta versión actualizada del Marco prevé la adición de nuevos descriptores que complementarán el conjunto original contenido en el texto de 2001 y ahonda en la conceptualización de los hablantes como agentes sociales (individuos responsables y autónomos, capaces de actuar en un contexto social dado).
Las actividades recogidas en los nuevos descriptores se categorizan en torno a dos tipos de mediación: mediación cognitiva (la referida a la transmisión y construcción del conocimiento y la asimilación de lo que inicialmente se percibe como alteridad) y mediación relacional. Esta última tiene con importantes puntos de encuentro con el enfoque afectivo de la enseñanza de lenguas, ya que se ocupa, por ejemplo, de la capacidad de los usuarios del idioma de establecer una atmósfera positiva para la comunicación, de alentar la participación de sus interlocutores, o de adoptar actitudes empáticas hacia las perspectivas y maneras de pensar y sentir de los participantes en la situación comunicativa.
De la difusión que se le dé a la redacción definitiva del nuevo Marco, y de la agilidad con la que se trasladen sus modificaciones a los programas formativos vigentes por parte de las autoridades educativas, dependerá que los docentes puedan integrar el componente afectivo a su práctica diaria en las aulas.
Referencias:
– Coste, D., & Cavalli, M. (2015). Education, mobility, otherness. The mediation functions at schools.
– EPALE – Adult Learning in Europe. (23 de septiembre de 2016). Brian North on the innovative aspects of the CEFR [Archivo de Vídeo]. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=erv-KdLSIZA
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